25 de agosto de 2007

El endocrino

Desde el momento en que fui consciente de que no podía seguir así, que había que poner freno a este descontrol, tuve claro que necesitaba algo de ayuda. No me sentía capaz de hacerlo sola. Y otra cosa que tenía muy clara es que no quería recurrir a ninguna dieta milagro, ni a ningún charlatán de esos que se anuncian por televisión prometiendo imposibles.

Un médico, de los de verdad, un reputado endocrino fue el elegido. La primera imprensión no fue muy buena, lo reconozco. La consulta está situada en un barrio residencial del centro, en un edificio señorial pero antiguo. Antiguo como antigua es la consulta, la recepcionista, y el propio médico. Todo huele a viejo, y os aseguro que de entrada no me gustó. El feeling con el médico era para mí esencial, estoy dando un paso muy importante en mi vida, con el que me juego mucho. Necesitaba un endocrino que me ofreciera confianza, ya que yo iba decidida a contarle todas las miserias que arrastro desde la adolescencia.

Es un hombre simpático, de unos 65-69 años, y con un currículum excelente. Empecé a contarle mi trayectoria, mis problemas de alimentación, y sinceramente, tuve la sensación de que no me hacía mucho caso. Me interrumpió para acompañarme a la pesa, también antigua, me recordó a las de mi infancia y de vuelta a su mesa consultó la tabla de pesos y medidas y me dijo: tienes que perder unos 20 kilos. Aunque era algo que yo ya me imaginaba, esos 20 kilos retumbaron en mi cabeza durante un largo rato. 20 kilos son muchos, me dije a mi misa, y por un momento tuve miedo de no ser capaz. No le oculté al endocrino mis miedos y le dije que habitualmente la ansiedad me lleva a comer compulsivamente y que podría necesitar algún tipo de ayuda. Él estaba enfrascado en consultar la analítica que yo le había llevado, y apenas levantó la vista para decirme: un poco de fibra lo soluciona. Yo insití: ¿no cree usted que necesito un psicólogo? Pero él me dijo que de momento íbamos a ver qué tal respondía con una dieta, la fibra, y algo de ejercicio diario (caminar, nadar...) y no me dejó muchas más opciones.

Salí de la consulta con una dieta de 1.200 calorías que no tiene nada de excepcional, lo que todos ya sabemos: verduras, ensalada, carne y pescado a la plancha, fruta, queso blanco, algo de fiambre y un poco de pan al desayuno. Y eso sí poco aceite y mucho control de las cantidades. La únia alegría es que una vez por semana puedo sustituir una comida entera por un plato de arroz, pasta o legunbres, condimentado como yo quiera. A pesar de lo sencilo de la dieta, me gusta, estoy harta de dietas milagro, de mezclas extrañas que te promenten mentiras, prefiero algo sencillo, básico y sensato.

La recepcionista-secretaria me vendió un bote de glucomanano que me costó 20 €, según ella el mismo precio que en la faramacia, quiero creerla pero pero tengo mis dudas, así que investigaré. Tengo que tomar un par de cápsulas media hora antes de cada comida, y beber mucha agua, así se producirá una sensación de saciedad y no llegaré a la comida con tanta hambre.

Salí de la consulta más contenta de lo que había entrado, y aunque seguía teniendo esa sensación de haber retrocedido en el tiempo, pensé que un hombre tan mayor debía tener una larga experiencia en tratar casos como el mío. Quedamos en vernos de nuevo el 10 de septiembre.

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